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Elsa RBrondo
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domingo, 1 de julio de 2007

4 millones y medio


La cifra no corresponde a los que pensamos que hubo fraude electoral en México (somos más sin duda), mucho menos a mi sueldo (ahí tendría que quitarle como seis ceros), sino al precio de la casa de mis sueños (y ahí se quedará).

Chimalistac [palabra que deriva de dos vocablos náhuas: Chimalli (escudo), e Iztac (blancura)] es un pueblito colonial que quedó atrapado por la ciudad de México. Sitiado por Av. Universidad, Av. Insurgentes, Av. Miguel Ángel de Quevedo y Copilco. Así que prácticamente no es necesario transitar por esa zona, pero los que conocemos Chimalistac sabemos del placer de bajar la velocidad del auto, ir con el traqueteo del empedrado y disfrutar de los vestigios de lo que fue alguna vez una parte del valle de México. De tantas idas y venidas uno termina por escoger la casa que le gustaría tener. La mía (que no aparece en la foto) es pequeña, sencilla y con las paredes asediadas por hiedra inglesa. Hace poco comenzaron a remodelarla y hoy, al pasar frente a ella, me di cuenta de que estaba abierta y anunciaba su venta. ¿Quién no ha querido conocer por dentro la casa de sus sueños? Me apersoné como posible compradora e inexplicablemente me dieron por tal. Con una amabilidad que no sé si entender como benevolencia me fue develado cada rincón: imaginé la biblioteca, las cenas en el comedor, los domingos soleados en la terraza y miré por la ventana las copas de los árboles con los que amanecería todos los días.

Por no dejar pregunté con interés el precio: "cuatro millones y medio negociable". ¿Negociable con quién? Pensé que era demasiado dinero por una casa cuya distribución no era muy práctica, en una zona poco segura y con sólo dos recámaras. Para imaginar, sin embargo, era perfecta. Al salir con un papelito en la mano, en donde se describían las bondades del inmueble, solté una frase que alegró al corredor: "Esta casa tiene mucho potencial" y él respondió: "Me alegra que alguien lo diga, porque nadie más que usted lo ha notado". Yo pensaba en la potencia de seguir construyendo en ella ficciones; él seguro enfrentaba a compradores en serio a los que una casa pequeña, sencilla, con paredes asediadas por hiedra inglesa no les parecía la mejor inversión.

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