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Elsa RBrondo
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martes, 22 de abril de 2008

Licencia poética






Jorge y yo caminamos nuestra amistad algunas desveladas noches por la Ciudad de México, intentando refugiarnos de una "interminable hemorragia de milagros rotos". Eran otros años, ya no nos conocemos y casi siempre lo recuerdo, aunque la memoria no nos salve.




Nadie va a salvarnos.
Ni el amor, ni la fe, ni la palabra.
Nadie va a saber que fuimos tantos
embarcados en el haz de la ternura,
angustiados y desnudos,
errantes y remotos.
Nadie hablará por nadie.
A cada quien se le rompe el alma
con sus propios días mal escritos
o se le seca la espiga del mundo
cuando apenas la roza con sus manos.
Nadie va a defendernos
de la querella del silencio
o la fresa infiel de algunos labios.
Nadie va a apostar por nosotros
ni va a amarrarnos el nudo de la vida
o de los zapatos,
ni a lavarnos de noche el corazón
con el agua fluvial de los abrazos
ni a quitarnos el rudo, misterioso animal
que ama y carga nuestro nombre por el mundo.
Nadie va a salvarnos
de morir siempre a destiempo
prematura o viejamente agradecidos de lo simple,
aguerridamente tristes, y juntos, en la muerte.

Jorge Fernández Granados, "Soledad" [fragmento] en El arcángel ebrio, UNAM, 1992.

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